Amo la forma en la que mientes!

Libro "El primer dia"

Hay días iluminados por pequeñas cosas, por nimiedades que te hacen increíblemente feliz: una sobremesa con risas, un juguete de la infancia que aparece en la estantería de un anticuario, una mano que aprieta la tuya, una llamada que no esperabas, unas palabras dulces, tu hijo que te abraza sin pedir otra cosa que un momento de amor... Hay días iluminados por pequeños momentos de gracia, un aroma que te alegra el alma, un rayo de sol que entra por la ventana, el ruido de un chaparrón cuando estás todavía en la cama, las aceras nevadas o la llegada de la primavera y sus primeros brotes. Hay días hechos de nimiedades, días de los que uno se acuerda mucho tiempo sin que pueda verdaderamente saber por qué. (Marc Levy)

No hay nadie en casa!

En el peor momento de mi vida, no hay nadie en casa. Las ventanas cerradas al mundo exterior y las persianas sin levantarse. Entro a la cocina, el olor a fritura pegado sobre las cerámicas de las paredes, en la heladera solamente un sobre de mayonesa en pleno proceso de descomposición y medio limón.
El gusto a encierro sobre el sofá y migas de pan desparramadas entre los almohadones. Procuro no escuchar el goteo de la canilla de la cocina, pero el insoportable ruido que contrasta con el silencio, va taladrando mis oídos hasta hacerme perder la paciencia.
Miro mi celular, ningún mensaje llega. Tal vez será que dejé de existir. Reviso mis mails y nada. Prendo la tele, las noticias de la tarde. La vida continúa normalmente para los demás. Todos siguen hablando de Ricardo Fort, hago zapping y no encuentro nada mejor que Animal Planet.
Me recuesto en la cama. Es incómoda la sensación de roce entre mi cuerpo y las sabanas. Ya están sucias. Debería haberlas lavado hace rato. En mi PC me quedo mirando algunas fotografías de amigos. Miro el ultimo par de lentes que me compre y los videos de mis artistas favoritos. Momentos de gloria. Nada más lejano a eso hoy.
El día se hace largo y la semana eterna. Tampoco hay novedades. El sol se asoma entre los arboles, pero me quedo escondido en la oscuridad. Prefiero las mañanas de lluvia. Me pregunto si alguien estará pensando en mí. Me desilusiono todo el tiempo. Seguramente deje de existir.
Dentro de la alacena, la caja de arroz casi por la mitad. Ayer con un poco de aceite, hoy con una pizca de orégano. Se me hace agua la boca al pensar en un suculento trozo pizza, con mucho queso. Vuelvo a revisar en cada rincón de la casa, tal vez me haya salteado alguna parte: el botiquín del baño, mis cajones del placard, debajo de la cama, en algún bolsillo de mis camperas de invierno, o en el fondo de mis mochilas…
Nada. Ni una sola moneda. Nada interesante. Me impaciento pero el hambre es tan fuerte, que me mentalizo en lo exquisito que puede llegar a ser un buen plato de ravioles. Seco la vajilla con agua y una esponja casi sin espuma ya. No supermercados, no ropa nueva, no salidas al cine, no comer afuera. Sin crédito en el teléfono. Sin postres en la cena, sin incentivos, sin amigos solidarios, sin un auto para salir a pasear.
Estoy seguro de que deje de existir porque no hay nadie en casa.